En la sociedad en la que vivimos no es raro cambiar las cosas, y de hecho cada vez duran menos, y también nosotros mismos las hacemos durar menos. Así que forzosamente te acostumbras a cambiar. Pero esos cambios nunca me han causado ningún tipo de problema; incluso he cambiado varias veces de piso, y no me ha costado dejar atrás esas cuatro paredes. Pero hay una excepción, una cosa que sí me cuesta mucho dejar atrás: los coches. Y es que les cojo especial cariño (ya sé que soy un friki con ellos), y si ya de pequeño -o no tan pequeño- me entristecía dejar atrás los coches de mi padre, ahora me ha tocado a mí decirle adiós a mi querido Forfi… :_(
Mi primer coche, que como se suele decir, el primero es especial… El coche en el que he vivido tantos momentos, tantas sensaciones, y con el que nos iniciamos con Cèlia en esos road trips que tanto nos gustan. 165.000 kms hemos hecho con él, desde que hace unos cuantos años se lo compramos a mi amiga Marta con 55.000 km. 165 mil sin dejarnos ni una sola vez tirados en la carretera, cosa de la que no todos los coches pueden presumir. Y eso que al pequeño Ford le he exigido mucho, exprimiendo tanto su mecánica como su comportamiento.
Modesto utilitario en su concepción, este Ford Fiesta 1.8D Quartz de cuarta generación montaba el robusto motor Endura DE (diésel atmosférico) de sólo 60 CV. Que son pocos, es verdad, pero que gracias a no tener turbo y tenerlo que estirar como si fuera un gasolina, y sobre todo por el reducido peso del conjunto, pues no era tan terrible. Además, un chasis bastante ágil y permisivo, sobre todo después de mejorar suspensión y frenos, te permitía ir bastante «ligero» en esos tramos de curvas que tanto ha frecuentado durante estos años. En cuanto a consumo, la media en esos 165 mil ha sido 7,01 litros/100 km. No es baja, pero hay que pensar que es un diésel antiguo, de inyección indirecta, que ha hecho mucha ciudad, y muchos tramos de conducción «poco económica», por lo que no me parece un mal dato.
Pero los años no pasan en balde, y 16 años para un utilitario empiezan a notarse. Además, con la llegada de Sílvia, nos daban algunos problemas las sillitas de bebé, sistemas de seguridad para los que no estaba pensado el habitáculo diseñado en aquellos años en los que los niños iban sin problema entre los dos asientos delanteros ;-). Eso, junto con pequeños achaques, y el buscar un poco más de seguridad en los desplazamientos en los que no llevemos el León, nos ha hecho decidir por su cambio. Por suerte, no se va al desguace, y se lo quedarán mis suegros, por lo que le seguiré la pista, pero ya no será lo mismo.
Así quedará en mi memoria para siempre, como ese fiel compañero que me dio mucho por muy poco. Mi primer coche, mi quedido Forfi 🙂
PD: «¿Y el sustituto?» os preguntaréis… Pues ése será el protagonista de alguna de las próximas entradas 😉